El día estaba soleado. A lo lejos el paisaje se pierde en el infinito. No veo nada en concreto más que la totalidad del horizonte infinito.
Entonces apareció ella. Como salida de la nada, ella caminando entre esa tierra caliza y piedras eso de lo que está hecho este camino.
Mi panel se descompuso unos kilómetros atrás. Se descompuso de algo que no entiendo. Lo menos que imaginé fue ver a una mujer en la soledad total de éste paisaje.
Ahora somos dos. Y siento deliciosamente bien ver como se acerca sin pensarlo. Su pelo frondoso color sol. El vaivén silencioso de su caminar.
–Hola. También estás perdido? –No, mi carro está descompuesto y estaba a punto de regresar y te he visto a la distancia y pensé que no eras real.
–Bueno si lo soy y también mi carro está descompuesto y la tarde en unas horas va a ser oscuridad.
–Bueno…eso no sería problema. Mi carro es en realidad una panel casa rodante y ahí podemos protegernos de la interperie. Además tengo una botella de vino y así como ahora vemos el horizonte imagína el cielo durante la noche.
En ese punto se me quedó viendo. Y yo también vi como por primera vez un brillo que hace tiempo también buscaba.
Poco a poco a mi alrededor la realidad empezó a aparecer. Una calle en donde los edificios empezaron a crecer y la gente camina de un lado a otro en medio de un gran tráfico.
El desierto infinito que llevaba en mi mente había desaparecido. Y esa noche tomando vino volvimos a descubrir la belleza de las estrellas cuando dos comparten un mismo cielo.
Texto y Fotografía: Luis Felipe Cota Fregozo.