Siempre jugabas con esos hilos que sostenías de noche. Él estaba dormido. Y algo como una oración salía de tus labios como un rumor que se rompía con el silencio y le daba luz a otra dimensión de tu pensamiento.

Imaginabas como sería caminar juntos. Veías las calles como espacios donde tus pasos no dejarían huella. Pero en tu mente los mejores recuerdos de tu vida. Esos que se viven de manera espontánea sin saber que luego los echarías de menos.

La belleza se abre de muchas maneras en la vida. Si cada quién proyectara eso lo que lo hace feliz sería un universo pleno de grandes sueños como oraciones que solo desean el bien. Nada detiene a la belleza cuando vive en ti. Se nota.

Prefieres verte en la imaginación más que en un espejo. Eres lo que piensas de ti y confías menos en el reflejo material de la luz y prefieres sumergirte en la belleza de tus pensamientos. Acércate un poco más. Siente el calor de las manos.

Y ahora tú lo ves dormir. Observas los contornos de sus labios y su cuerpo y ese paisaje es otro camino donde te encuentras con tus deseos más instintivos y todo parece volver a la naturaleza primaria de todos los tiempos.

Esa necesidad de cerrar círculos y abrir nuevos horizontes que se mezclan de múltiples sentimientos y sensaciones de frío, calor y puntos intermedios. Ahora sientes su respiración. Abre los ojos.

Entonces él percibe a alguien que lo observa y murmura algo. El sudor seco se siente fresco en el oscuro silencio. Pero con ella junto a tí sientes luz. No sabes como pero percibes la luz y esa sensación mágica de que ella te transporta a otro universo.

Un mundo nuevo: En donde el privilegio más profundo es cuando dos se corresponden.
Ahora vuelve a estar despierto. Los hilos de la noche se desenredan de tus dedos. Algo murmuras. Vuelvo a la luz.

Un texto de Luis Felipe Cota Fregozo.

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