ESTADOS UNIDOS.- Un equipo internacional de más de veinte investigadores, capitaneado por Jane S. Graves, del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT), acaba de publicar en Nature un estudio que deja totalmente abierta la posibilidad de que haya vida en Venus. O, más concretamente, en una de las capas de su densa atmósfera.
Los científicos, en efecto, han encontrado allí trazas de fosfina, un gas incoloro y muy inflamable que tiene un característico olor a ajo y que normalmente se genera durante la descomposición de materia orgánica. Su detección directa en la atmósfera venusina sugiere que el planeta vecino alberga procesos fotoquímicos o geoquímicos que eran desconocidos hasta ahora. Y posiblemente, vida.
Aquí, en la Tierra, la fosfina (PH3) es principalmente un indicador de actividad biológica. Y los investigadores dejan claro en su artículo que las líneas espectrales de este elemento halladas en Venus «no tienen otra identificación plausible».
«La presencia de PH3 – escriben Graves y su equipo- no se explica después de un estudio exhaustivo de la química en estado estacionario y las vías fotoquímicas, sin rutas de producción abiótica actualmente conocidas en la atmósfera, las nubes, la superficie y la subsuperficie de Venus, o por descargas de rayos, volcanes o meteoritos. El PH3 podría originarse a partir de una fotoquímica o geoquímica desconocida o, por analogía con la producción biológica de PH3 en la Tierra, de la presencia de vida».«El PH3 podría originarse a partir de una fotoquímica o geoquímica desconocida o, por analogía con la producción biológica de PH3 en la Tierra, de la presencia de vida».
Un paraíso ayer, hoy un infierno
En la actualidad, Venus es lo más parecido a nuestra idea del infierno: en su superficie, las temperaturas alcanzan los 450 grados centígrados (suficientes para fundir el plomo) y su atmósfera venenosa está compuesta principalmente por dióxido de carbono y nitrógeno. Pero las cosas no siempre fueron así.
Hace miles de millones de años, en efecto, cuando el Sistema Solar era aún muy joven, era Venus, y no la Tierra, el que disfrutaba de un clima templado, con cielos azules y grandes cantidades de agua formando mares y ríos por toda su superficie. Estudios recientes apuntan que allí la vida habría podido desarrollarse por lo menos durante 3.000 millones de años.
Las condiciones cambiantes del Sol, que se fue haciendo cada vez más caliente, provocaron en Venus un efecto invernadero a escala global. Las temperaturas subieron, el agua se evaporó y Venus se convirtió en lo que es ahora.
Sin embargo, muchos investigadores creen que existe una posibilidad de que Venus haya logrado conservar algo de ese antiguo esplendor. Aunque no en la superficie, sino a decenas de km de altura, en una capa muy concreta de su atmósfera.
De hecho, a una altitud entre los 40 y los 60 km sobre la ardiente superficie, la atmósfera de Venus es la que más se parece a la de la Tierra en todo el Sistema Solar. Allí la presión del aire es muy similar a la terrestre y las temperaturas se mueven en un arco que va desde los cero a los 50 grados centígrados. Algo no apto para humanos, desde luego, pero sí, quizá, para otro tipo de criaturas.
¿La “firma” de la vida?
En 2017 y 2019, Greaves y sus colegas observaron Venus, respectivamente, con los telescopios James Clerk Maxwell y el Atacama Large Millimeter/submillimeter Array. Y lo que detectaron fue la inconfundible «firma» de la fosfina, con una abundancia de 20 partes por cada mil millones. El gas se encontró, precisamente, en la esperanzadora capa atmosférica del planeta.
Tras investigar las diferentes formas en que esa fosfina podría haberse producido, incluso a partir de fuentes situadas en la superficie de Venus, micrometeoritos, rayos o procesos químicos en el interior de las propias nubes, los científicos no consiguieron determinar el origen del gas. Y sin decirlo claramente, en su estudio apuntan a que la única fuente plausible sería la presencia de vida.
Sin embargo, los autores argumentan también que la simple presencia de fosfina no es, de por sí, una evidencia sólida de vida microbiana, ya que solo indica procesos geológicos o químicos desconocidos que podrían estar ocurriendo en Venus.
Un posible ciclo biológico
Por otra parte, hace apenas unas semanas, la astrobióloga Sara Saeger proponía en un artículo publicado en Astrobiology un «ciclo de vida» viable para eventuales organismos que vivieran en la atmósfera de Venus.
En su estudio, Seager y sus colegas exploraban la posibilidad de que los microbios de Venus vivan en un ambiente líquido, en el interior de pequeñas gotas en suspensión en las nubes de la franja habitable. Al aumentar el número de microbios, en cada gota, la gravedad haría que éstas se asentaran en la capa más caliente e inhabitable que hay justo bajo las nubes.
Sin embargo, y a medida que las gotas se fueran evaporando, la capa inferior de neblina se iría convirtiendo en un auténtico depósito de «vida inactiva». Los microbios, en efecto, se «desactivarían» a la espera de condiciones mejores, tal y como hacen en la Tierra. Más tarde, las corrientes ascendentes llevarían a algunos de esos microbios inactivos de nuevo a las nubes, donde se rehidratarían y volverían a activarse. Para la investigadora, este ciclo vital podría sostenerse incluso durante millones de años.
Desde luego, habrá que esperar a nuevos análisis antes de dar oficialmente la noticia. Puede que la detección de fosfina de un nuevo impulso a las misiones de exploración de Venus, alguna de ellas especialmente pensada para estudiar de cerca su atmósfera. Solo así podremos salir de dudas.
Fuente: ABC.es