Cuando llegamos al hotel alguien nos dió las llaves al salir de la oficina.
No las pudieron dar al principio por que estaban limpiando el cuarto.
Parece una joya arquitectónica de la época de la revolución.
La fachada roja de ladrillos horneados hace medio siglo le da una belleza única.
Abrimos la puerta y una sala amplia y con cocina nos recibía con comodidad.
Entonces fué cuando descubrimos un bulto en el sillón. Una cobija.
Me acerqué y estaba un gringo dormido. Rápido le volví a tapar su cara.
Abrieron la puerta. Entró una familia. Eran otros gringos. Una pareja mayor.
Los niños empezaron a corretear y uno prendió una televisión antigua.
¿Nos equivocamos de cuarto? No. Sólo llegaron un poco más temprano.
Ellos siempre ocupan este lugar. Me dice la que atiende mientras vemos más gringos.
La gente americana nos invade poco a poco. Pienso junto a tí en una habitación.
Vemos los detalles de las paredes y nada es como se vé por fuera.
Una agradable hacienda revolucionaria qué ni por un instante nos pertenece.
Trato de hablar con un gringo con sombrero a la mexicana. Contrasta con su cara.
Excuse me do you come here often? Pero me respondió con evasivas. Está apurado.
Instalándose cómodamente en la habitación que poco a poco soñamos.
El Hotel Vacío.
Texto y Fotografía: Luis Felipe Cota Fregozo.