A un lado de mi casa están empezando a construir. Los ingenieros ya estuvieron por aquí haciendo medidas y excavaciones pequeñas para hacer un muestreo del terreno.
¿Qué descubrirán estos hombres de aspecto grave y serios de concentración? ¿Qué encontrarán de aquélla época en la que ese terreno era zona prohibida y no nos era permitido jugar ahí?
Antes pensaba que ahí enterraban a todos los animales que se morían. El espacio aunque árido, se podía ver por aquí y por allá, islas de ramas que a su vez formaban caminos que se antojaba transitar en bicicleta.
El espacio perfectamente cuadrado era el único de la colonia con aspecto a un panteón para animales. Yo observaba a través de un hueco en el cerco de aluminio los escombros de un paraíso perdido.
Pero no faltó mucho tiempo para que después se convirtiera en un yonque de carros viejos y en desuso. Entonces seguía siendo panteón pero ahora de fierros en forma de autos.
Entonces se antojaba entrar en cada uno de esos carros y convertirnos en taxistas, camioneros o simplemente dibujar en ese polvo que al primer suspiro se esparce en la delgada capa de tierra acumulada en los sillones y el volante con diseños de otro tiempo.
Pero también una vez se llevaron toda esa chatarra y comenzaron a meter los camiones de verdad. Esos que sólo parecen existir en sueños de pesadillas fuertes y grandes calamidades. Sueños profundos de gran profundidad como de un mar olvidado.
Camiones de grandes proporciones. Algunos despintados, otros chocados y sin ruedas. De cualquier forma representaban un nuevo espacio por descubrir. Una selva virgen de la modernidad destruida.
Un camión siempre es importante por que representa algo que te lleva al lugar deseado, a un sitio lejano. A veces uno no sabe con exactitud hasta dónde puede llegar un viaje. ¿Hasta dónde puede llegar un camión? Quién sabe simplemente te lleva. Y por la ventana observas en silencio, sentado en mobiliario plástico miles de cuadros que cambian a cada segundo. Siempre un paisaje distinto y fugaz.
A mí me gustaba sentarme hasta enfrente. Y ver, así de cerquitas cómo se mueve el volante y si tienes suerte y no está tan lleno puedes ver cómo se meten los cambios, y con otro botón se abren las puertas. Un “click” son las de adelante y otro “click” y ahora las de atrás. Y esto es lo que le dan al chofer un aire de superioridad. Es como si él decidiera, quien entra, quien sale dónde se detiene y cuándo avanza.
Una vez yo pude apretar ese botón y un poco de grasa caliente manchó mi mano. Entonces yo sentí que esa era la marca de la superioridad. Por eso algunos adultos tienen esas manchas, una muestra de que han intentado controlar al monstruo.
Cada quién sabe si lo han logrado o no. El chofer malencarado a mí me mandó a la parte de atrás y no sé qué le dijo a mi mamá, pero en fin.
Por eso durante la noche yo miraba esos camiones que poco a poco fueron metiendo al terreno baldío. Los techos blancos y magníficos sobresalían en el oscuro terreno. Una vez brinqué el cerco y pude meterme a una de esas estructuras. Es tan diferente el camión de noche.
Así vacío es más grande y uno tiene la sensación de que alguien sigue ahí. Alguien que se quedó atrapado y uno camina y siente la mirada y uno voltea pero no es nada el asiento de metal tubular está vacío.
Entonces te acercas en donde debería estar el chofer y el camión se antoja indefenso y como a la deriva, como el esqueleto de una ballena varada en una playa perdida. Sin movimiento y sin aparente sentido la quietud es más quietud cuando estás acostumbrado a la actividad que de ordinario se vive en esa estructura.
Entonces descubrí otra vez ese cuadrito que como algo mágico permite la entrada y salida y como pude lo quité todo envuelto en tapes color negro y duro, le dí varias vueltas hasta que lo pude arrancar. Fue como llevarme el secreto que convierte en monstruo a un monstruo.
Ahora, cuando veo a los tractores amarillos como “tonkas” gigantes arrastrando la tierra de un lado a otro algo así como quien va borrando un dibujo lentamente para empezar uno nuevo. El terreno empieza a ser distinto y ya no hay caminos que se antojan transitar en bicicleta. Me pregunto si ellos se imaginan todo lo que se están llevando.
Dentro de poco un edificio grande y de concreto va a lapidar de verdad esos recuerdos y ahora sí para mí va a ser un nuevo motivo de veneración: Sólo yo sé que el edificio será como un gran mausoleo que cubre un panteón de animales enterrados y esqueletos y estructuras y recuerdos de un paraíso perdido.
Texto y Foto por Luis Felipe Cota Fregozo.