Después de varías calles, tanto caminar y observar notaba que éste barrio era de esos con historia.
Algunas ventanas abiertas de dónde salen en todo su esplendor tendederos con ropa de todo tipo son como brazos abiertos a cualquier mirada.
Algunos locales están listos para atender a los clientes. Hay bicicletas estacionadas. Otros ya transitan veloces.
Y tú apareces en una bicicleta larga color blanca. Tiene varios asientos y tus familiares más cercanos se pasean contigo.
Se vé algo cómico. Todos al unisono giran los pedales parecen maniquíes erguidos vestidos de distintos colores.
Por fin te bajas. Ahora caminas a un lado de la banqueta. Hay comida en los alrededores. Este lugar es un centro de abastos.
Hay verduras por doquier entre otros enceres para equipar una cocina. Hay un aroma agradable a bosque artificial.
Un niño que conoces empieza a seguirnos. Es tu primo y también estaba en la bicicleta justo al final. La camisa de vestir es muy colorida.
Conoces mucha gente y a todos saludas con un leve gesto mientras caminas. Empieza a llover. Los dos tenemos en mente el mismo lugar.
Pero empieza a llover cada vez más. El niño trata de cubrirse con sus manos. Un tren se acerca. Las vías del tren son ruidosas.
Un río de agua cristalina empieza a fluir a los lados del camino se asemeja al estruendo de un ferrocarril a gran velocidad.
Estás muy cerca del agua. En tu pelo tus ideas parecen mojarse en la lluvia y al vaiven lanzas gotas que desaparecen al instante.
Hace rato que el ruido del fluyente río cristalino violento y agradable nos persigue a la par de nuestros pasos.
Ahora ya ha dejado de llover. El aroma a tierra mojada es irresistible. Cuando crezca quiero seguir disfrutando como un niño que en silencio disfruta mientras camina a nuestro lado.
Texto y foto: Luis Felipe Cota Fregozo.