Nunca voy a olvidar cuando mi hija Samantha en aquel entonces de 7 años, me dijo: “Papá, dice la profesora que si vas a mi salón a leer un cuento”.
Yo le dije que sí. Estuve buscando relatos, cuentos, historias, extractos de textos que me gustan y ninguno me llenó el ojo para los niños.
Al día siguiente decidí escribir el cuento. Cuando llegué al salón, Samantha se me acercó y le dije al oído: “Este relato lo escribí para tí Samantha”.
“¿No lo sacaste de un libro”?
“No. Lo escribí pensando en ti”.
Sus ojos se iluminaron. Todos los niños se sentaron alrededor de mí.
Samantha emocionada sentía que sobresalía de orgullo entre sus amiguitos. Pero lo que más me gustó fue ver como los niños participaban en la historia, conectaron de una manera hermosa.
Entonces algo que escribí pensando en mi hija conectó con los niños. Al final de la lectura Samantha y otros niños se acercaron.
Y le dije otra vez de cerquitas al oído “Luz de Luna eres tú” le murmuré…
“Ya sé”. Me contestó con firmeza, seguridad y una gran sonrisa que parecía hacer chiquitos sus ojos grandes. Me dió un beso. “Gracias papá”.
Y la luz de esa luna nunca se ha apagado de mi memoria. La luz de esos ojos de mi hija llenos de emoción siempre me acompañan.
La profesora le dió una estrella brillante a Samantha. Y ella se acercó y me la puso en la frente. Esa estrella siempre desde entonces ilumina mi camino.
Texto: Luis Felipe Cota Fregozo